El campo aún concentra los sueños del 52% de los niños, niñas y adolescentes que trabajan en la región

12 de junio de 2019

Regional

Día Mundial contra el Trabajo Infantil 2019: “Los niños, niñas y adolescentes no deberían trabajar en el campo, sino en sus sueños”.

De acuerdo con cifras de la OIT, 10,5 millones de niños, niñas y adolescentes trabajan en América Latina y el Caribe. De ellos, 6,3 millones realizan trabajos peligrosos.

Los datos disponibles muestran que el trabajo infantil prevalece en los quintiles más bajos, aunque se identifica en los diferentes niveles de ingreso; se concentra principalmente en las zonas rurales; afecta sobre todo al grupo adolescente y predomina en actividades vinculadas al sector agrícola.

El trabajo infantil también está relacionado con los ejes estructurantes de la desigualdad en la región de América Latina y el Caribe y afecta de manera diferenciada a los niños, niñas y adolescentes de acuerdo con el territorio donde nacen o viven; la edad, el género, la pertenencia étnica y el nivel socioeconómico.

Es clave reconocer que, en la región, el territorio es uno de los factores determinantes a la hora de abordar el trabajo infantil. El hecho de que cerca del 52% del trabajo infantil se concentre en el sector de la agricultura, evidencia que zonas rurales y periurbanas están más expuestas y requieren, por tanto, políticas diferenciadas y más agresivas para disminuir las brechas y contribuir a la erradicación del trabajo infantil y la promoción del trabajo adolescente protegido.

En varios países de la región, la tasa de trabajo infantil en las zonas rurales duplica y hasta triplica la de zonas urbanas.

Fuente: CEPAL, OIT e IR (2017). Una trampa para la igualdad.

 

 

 

Las familias y comunidades rurales tienen por lo general ingresos muy bajos, condiciones laborales precarias o inseguras y menor acceso a servicios públicos y de protección social. Esto, sumado a que las capacidades de las autoridades públicas locales en las zonas rurales son, con frecuencia, más limitadas, hace que quienes vivan y trabajen en la ruralidad tengan menos oportunidades de desarrollo y de mejorar su calidad de vida y bienestar.

Para muchas familias rurales, la agricultura es su principal actividad de subsistencia, sin embargo, la ausencia de políticas de desarrollo agrario y ambientales integrales y eficientes hacen más compleja la superación de los problemas estructurales de esta actividad. Muchas de estas familias y comunidades de productores no disponen de los recursos básicos necesarios, como agua, energía o tecnología, para mejorar sus cosechas y distribuirlas al mercado, además de estar expuestas a los efectos del cambio climático.

De mantenerse esta situación, el capital humano concentrado en este sector difícilmente progresará, por lo tanto, también la productividad, la agricultura y las comunidades rurales, perpetuando así el ciclo de pobreza y de trabajo infantil, ya que las necesidades insatisfechas de las familias más pobres de las zonas rurales les impulsará a recurrir al trabajo infantil como ayuda.

Las altas tasas de trabajo infantil en las zonas rurales se vinculan con la significativa concentración de niños, niñas y adolescentes que trabajan en el sector agrícola, principalmente en pequeñas explotaciones familiares, extendiéndose a la producción ganadera, la pesquería y la acuicultura (OIT, 2016).

 

El trabajo infantil es predominantemente rural y agrícola y este sector productivo es uno de los más riesgosos y peligrosos para la infancia y adolescencia debido a las largas jornadas que demanda, la exposición a climas extremos, el contacto con productos químicos, etc. Asimismo, el carácter estacional/temporal de esta actividad fomenta la migración constante por temporadas, lo que les expone a situaciones de abusos, trata, servidumbre o trabajo forzoso.

Dado que para muchas familias y comunidades el trabajo infantil en la agricultura forma parte de tradiciones y patrones culturales, algunas actividades pueden ser consideradas parte de la formación y socialización de sus integrantes, lo que relativiza los riesgos y peligros que pueden entrañar para el desarrollo y la seguridad de niños, niñas y adolescentes. Esto, unido a la dificultad que representa la inspección e incluso la entrega de servicios de protección social claves, como educación o salud, y complementos o incentivos a la producción en muchas zonas rurales de países de la región, hace más compleja la restitución de derechos de los niños y niñas trabajadores y la protección del trabajo adolescente permitido.

Un futuro del trabajo sin trabajo infantil

Los sueños de un futuro mejor para los niños, niñas y adolescentes de América Latina y el Caribe que viven y trabajan en el campo se ven limitados no solo por el trabajo infantil, sino también por la escasa o débil coordinación interinstitucional, intersectorial e intergubernamental a nivel nacional, regional y local, para nivelar el desarrollo de la ruralidad y periferias con el de las urbes.

El futuro del trabajo justo y sostenible, al que nos llama la Agenda 2030 y el compromiso de no dejar a nadie atrás, tiene un desafío particular en términos de trabajo infantil en cuanto a la población adolescente. A diferencia del resto del mundo, el trabajo infantil en la región de América Latina y el Caribe es realizado en su mayoría por adolescentes que, aun cuando cumplen con la edad mínima de admisión al empleo fijada en sus países, realizan actividades peligrosas. De allí que un desafío prioritario sea fortalecer el enfoque de seguridad y salud en el trabajo y las medidas y servicios orientadas a la promoción del empleo adolescente y juvenil protegido y los servicios de reconversión laboral.

Por ello, este año, en el marco del Día Mundial contra el Trabajo Infantil, la Iniciativa Regional América Latina y el Caribe Libre de Trabajo Infantil hace énfasis en la urgencia de visibilizar las carencias de la ruralidad, la necesidad de una visión y perspectiva innovadora e inclusiva de las zonas,  sectores y grupos más vulnerables, para construir respuestas que protejan y restituyan derechos, pero también que sean capaces de prevenir la inserción y reincidencia del trabajo infantil en el campo.

De la misma manera, demanda la creación de trabajos decentes para los y las adolescentes y jóvenes rurales, con los que no solo puedan cubrir sus necesidades y ayudar a sus familias, sino que les permitan también desarrollarse y vivir con tranquilidad en sus comunidades.

La seguridad y salud en el trabajo tiene una gran incidencia cuando se habla de trabajo infantil en general y, en particular, de trabajo en la agricultura. Por ello, este llamado implica también contemplar el cuidado y la atención de la salud infantil y de adolescentes desde diferentes frentes y a través de acciones conjuntas con aliados estratégicos como la Organización Panamericana de la Salud (OPS), integrante del Grupo Interagencial de Trabajo Infantil (GITI) junto a OIT, FAO, ONU Mujeres, PNUD, UNESCO, UNFPA y UNICEF, todas ellas unidas bajo el propósito de acelerar los esfuerzos para lograr una región libre de trabajo infantil.  

Para conocer más sobre trabajo infantil y agricultura, te invitamos a visitar los siguientes enlaces:

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